martes, 16 de mayo de 2017

¡Jefe, confíe, por favor, confíe!

La confianza transforma poderosamente las actitudes, por ende, el rendimiento de un equipo. De ella dependen −en mucho− la disposición, el compromiso y la ilimitada pasión por los buenos resultados. Posee la fuerza para amalgamar voluntades, diversidad de pensamientos y talentos. Ahora bien, aunque todos los miembros deben contribuir a su desarrollo, recae sobre los líderes una mayor cuota de responsabilidad. ¿La están cumpliendo usted o su jefe?

No es sensato esperar un alto desempeño sin cultivar diariamente los cimientos de la confianza.

 En su ausencia, afloran las siguientes situaciones:

a) excesiva cautela al hablar, pues se sabe que hacerlo, lejos de favorecer, podría acarrear reprimendas; b) represión de las emociones −se disimulan el malestar y las discrepancias− y se asumen actitudes autodefensivas; c) nadie desea improvisar ni arriesgarse, por temor a la desaprobación de quien manda y hasta de colegas.  Esto impide fomentar una cultura de empoderamiento, rendición de cuentas y sentido de pertenencia.

La desconfianza genera un trabajo casi forzado, en el cual no hay cabida ni para la alegría ni para el disfrute. El agotamiento mental y físico es exponencial. Las verdaderas razones de los problemas −en aras de evitar el recelo, la descalificación y la ridiculización− se esconden, ya que no hay espíritu de compañerismo, transparencia, ni solidaridad. En un ambiente así, el talento no hará gran diferencia, la tensión es circundante y la duda de alcanzar las metas se asoma sigilosamente.

Aunado a lo anterior, la falta de confianza riñe con la búsqueda de excelencia en la ejecución. De este modo, la claridad estratégica, la cultura de mejora de tácticas y procesos, así como la proactividad de los miembros del equipo se frenan. Ello porque la mente se ocupa más de no cometer errores que de innovar a favor del objetivo.

En un equipo en el cual prima la confianza sucede todo lo contrario a lo expuesto. La escucha mutua, auténtica y sin censura abre opciones de mejora. Los problemas, las adversidades y las relaciones complicadas son reemplazados; en su lugar, brota por doquier el sentimiento de lealtad, la tolerancia genera sinergias ganadoras, la responsabilidad y el placer por los desafíos germinan en igual intensidad, desaparecen las dudas sobre las intenciones ajenas.

Así pues, la confianza es rentable, eleva la productividad en todos los sentidos. Quienes dirigen equipos la labran en sí mismos y en los demás. Se ganan la credibilidad por su experticia, trayectoria, visión y habilidad para conseguir resultados. Construyen un liderazgo inspirador basado en su honestidad y en sus elevados principios y propósitos. De este modo, la confianza dentro de la organización se traduce en un mejor ambiente de trabajo y en avances espectaculares.

En cualquier ámbito, las personas dan y "se dan" cuando saben que se confía en ellas, en la versión de sus intenciones y en sus capacidades. Allí nace la motivación para hacer lo correcto. En su caso, pregúntese: "¿Me hablan los miembros de mi equipo sin temor, con apertura y profundidad? ¿Atiendo y analizo con ecuanimidad sus puntos de vista, en procura de acuerdos sensatos, con reciprocidad?"

Todo aquel que tenga la posición de liderazgo ha de poseer también la humildad, cuando menos para reflexionar acerca de la posibilidad de que se cumpla la advertencia de Stephen R. Covey "Si piensas que el problema está afuera, ese mismo pensamiento es el problema"

Hoy aprendi mas que ayer....

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