Quien dirige una organización o empresa tiene un modo muy definido de hacerlo; los miembros de estas, por su parte, piensan que puede llevarse a cabo de manera diferente. ¿Se puede llegar al éxito sin que alguna de las partes ceda un poco? Es complicado, pues una de las dos estará actuando sin convicción, a la defensiva, y esto genera tensiones. ¿Quién debe ceder entonces?
Los pulsos entre actores que defienden sus "verdades" antagónicas pueden ser desgastantes y, lo más peligroso, podrían poner en riesgo el logro de las metas. Si las dos partes se conforman por seres pensantes que comparten los mismos intereses, es difícil que una se atribuya el monopolio de la razón; lo frecuente es que esta sea propia de ambas, aunque no suceda en proporciones iguales.
Entonces, el camino correcto es que la sensatez les permita -por lo menos- escucharse mutuamente, pero con el auténtico deseo de comprender el otro punto de vista. Una pequeña dosis de humildad ayuda en estas ocasiones... En contraposición, al confrontar, ya sea de modo pasivo o disimulado, no se consigue nada bueno; cuando se cede un poco de validez al criterio de la contraparte, se consigue más que con la imposición. Al respecto, Aristóteles decía: "El hombre bueno es propenso a ceder".
Esa porción de humildad permitiría a cada actor comprender que, al sumar al otro, ambos serán más fuertes, la clave: dialogar con mente abierta y actitud empática. Así, se permitirá −al menos− la exposición de ideas y posiciones, sin interrupciones, juicios ni mucho menos descalificaciones. "Mamá, papá, si yo sé que ustedes me entienden, los escucho", dicen los niños. Y lo mismo sucede en las empresas y equipos, cuando sus directores prestan profunda atención.
Prolongar tensiones y desacuerdos, sin ajustes oportunos, equivale a enrumbarse hacia donde ninguna de las partes desea llegar. ¿Por qué entonces no hacer un alto en el camino y reacomodar las metas, estrategias, roles, relaciones y formas de trabajar? A quienes insistan en no rectificar, Albert Einstein, contundentemente, les advierte: "La diferencia entre la genialidad y la estupidez es que la genialidad tiene sus límites".
El rumbo y la historia de países, organizaciones, empresas y personas cambia radical y positivamente cuando se asumen actitudes de tolerancia y flexibilidad, no cuando la rigidez de unos se impone sobre otros. Sin embargo, con tal de no ceder en sus posiciones, métodos o excesiva sordera selectiva, algunos dirigentes se arriesgan a autodestruirse y perderlo todo, esos casos no son pocos. Hay un buen día para reaccionar y rectificar, este no fue ayer ni será mañana, es hoy.
Recordemos el viejo proverbio: "Hay pleitos que aun perdiéndolos uno gana y otros que aun ganándolos uno pierde". Por el bien de la empresa, ceder puede ser la llave para soltar grilletes emocionales y mentales que frenan la entrega apasionada por un ideal. Sabio no es quien tiene todas las respuestas, sino quien se formula preguntas claves y se desafía a sí mismo a mejorar.
Nadie es 100% rígido. La tolerancia mueve la buena voluntad hasta de los más resistentes al cambio. Cuando alguna parte percibe ganar algo bueno por la acción de la otra, el liderazgo de quienes dirigen se fortalece. Se guían por el consejo de Abraham Lincoln: "Más vale ceder el paso a un perro que dejarse morder por él".
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